martes, 12 de julio de 2011

A Juaquin.



Por “cuarenta y ocho putas horas”
trepaba, ansiosa, la espera,
el encuentro le debía su demora
a la intrépida lluvia sin estrellas.

...Al fin llegaste -vestido de gloria-
a ésta, la casa de la Madre Sosa,
poeta maldito, con cien mil historias,
eterno compadre de las escapadas,
pisaste mi tierra -jodida y preciosa-
rufián ‘encantor’ de la madrugada.
No te asustés si no entendés nada,
no te “manqués” si la tonada exhorta,
las ese finales no valen de nada
y acá “Savina” se escribe con ve corta.

Fue tu noche mi fortuna,
después de más de quinientas,
fue Madrid la Mate de Luna
y nosotros, tu Cenicienta.
Tucumanas de ojos tristes
se murieron de seducción,
hoy las mojigatas se te desvisten
y las hermosas rezan de pasión.

Cuento de hadas con un solo brujo,
final soñado -3 de la mañana-
envidio a los mozos que tuvieron el lujo
de tomar unos tragos, con vos en pijama...

Hay luces y versos en tu bombín,
noches mágicas y revuelos,
“gallego” –tan noble parlanchín-
mimo rebelde
... con edad de abuelo.
Piel de escenario, ron y tabaco,
voz de reniego de libertad.
Joaquín de los bares,
seamos hermanos,
brindemos, fraternos,
por la ciudad.

Vaciando las copas,
montadas en sueños,
las más bellas coplas
vinieron con dueño,
al vino lo puso un ángel travieso,
al baile, los diablos
de adentro del cuerpo.

Así comenzaba
el romance más bello
de aquel caballero
de rutas urbanas
que acá le juraba
-en primos desvelos-
amores eternos
a mi luna tucumana.

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